Suplemento Culturas.
La vanguardia

Hace unos años le propusieron a mi hermana hacer una serie de escritos sobre su infancia en el Suplemento Culturas de La vanguardia, que salía los miércoles. Cosas raras que les proponen a los escritores que andan siempre en esa especie de terapia constante y pública.

Y sí, fue una excusa perfecta para recordar nuestras aventuras de niñas libres y los personajes que nos acompañaron, nos hicieron entender el mundo y desaparecieron, pero sobre todo fue un tiempo para homenajear nuestro querido pueblo: Albons.

Cada miércoles, yo, sigilosa, me compraba el periódico y me sentaba a desayunar en El Bar que había frente a mi casa. Desde una esquina abría el suplemento de para en par y como detective privado de poca monta, intentaba averiguar desde mi ángulo si alguien lo había notado, si se habían percatado que aquel dibujo era mío. Nunca nadie me miró, ni siquiera recuerdo cruzar una mirada fugaz en estos cafés interminables.

Entonces bebía el último sorbo y me marchaba orgullosa de que nadie me hubiese descubierto. Feliz en mi anonimato de persona normal, con sus secretos.